La ironía de la victoria

Publicado: 09 Jul 2015   |   Última actualización: 09 Apr 2016
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La pregunta clásica que se le hace al campeón olímpico es “¿cuál es el secreto de tu éxito?”. El planteo en sí no está mal, pero es preferible evitarlo, porque la réplica suele girar alrededor de vagos conceptos que no llegan a nada. Supongo que es difícil hablar de uno mismo… Y sin embargo tiene que haber una respuesta y, seamos sinceros, ¿a quién no le interesaría saber cuál es? ¿Quién pudiera determinar la fórmula del triunfo? A primera vista, uno podría creer que los ganadores son gente ambiciosa, dispuesta a sacrificarlo todo en el altar de la victoria. Competitivos, desalmados, intransigentes –seres que carecen completamente de piedad. Ególatras y tiranos, con una necesidad intrínseca de estar en un pedestal. Pero, mira, querido lector, ¡qué curioso! Al menos en los casos que he visto yo, es todo lo contrario. Yevguenia Kanáyeva, la gran estrella de la gimnasia artística, que ya a los veinte años ganó la medalla olímpica de oro, es el ejemplo perfecto. Es imposible dejar de notar el entusiasmo que siente por su profesión, hasta qué punto disfruta verdaderamente de lo que hace. Durante la actuación dedica cada célula de su cuerpo y de su alma a vivir el momento, en toda su intensidad. El proceso la absorbe completamente –no le deja lugar para pensar en el resultado. No espera del público ni aplausos, ni alabanzas. Por el contrario, se entrega y le entrega todo lo que tiene para dar. “Quiero dedicarles todas mis fuerzas, todo mi amor”, me dijo en la entrevista, y era difícil no sentir la honestidad de la que estaban cargadas sus palabras. No es la vanidad lo que motiva sus victorias, sino el agradecimiento y el respeto que siente hacia los que creen en ella. “Lo único que me preocupa es no desilusionarlos”, me contaba. Ese respeto ha cultivado en ella un profundo sentido de la responsabilidad. Ella se hace completo cargo de su destino: si fracasa, no le echa la culpa ni a las circunstancias, ni a los jurados, ni a sus competidoras: “me enojo sólo conmigo misma”. Es por esto que está libre de rencores o envidia. De la misma manera se responsabiliza de sus éxitos: a cada nuevo logro, un peldaño más alto de exigencia para consigo misma. Tanto en un caso como en el otro, no ve más que una razón para aprender, para mejorar, para seguir creciendo. ¿Será que la Victoria tiene un gran sentido del humor, y a la hora de elegir a quién besar con su bendición evita a los que la veneran y escoge a aquellos que, concentrados en su amor al prójimo, ni siquiera se han detenido a pensar en ella?



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