Caricias etéreas

Publicado: 11 Apr 2015   |   Última actualización: 18 May 2015
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La primera vez que vi “Los amantes del círculo polar” me quedé varios días envuelta en su atmósfera. Algo muy particular que no sabría como definir. Un lugar alejado, inmaterial, a miles de kilómetros de la tierra, entre nubes rosadas, que acarician rayos de una luz tenue, sosegada y transparente. Y allí, en las alturas, se desenvuelve una historia que no tiene la intensión de cambiar el camino de quienes hayan de oírla, sino que, se cuenta, simplemente, con el objetivo de compartir una de esas cosas que hacen que la vida sea maravillosa. Una creación circular que no empieza ni termina, y que, sin embargo uno no podría llamar incompleta porque es perfecta – cada palabra, cada imagen, cada gesto en su justa medida y en el sitio adecuado, cualquier cambio podría estropearla. Debe ser por eso que da la impresión de ser extremadamente frágil. Tuve la sensación de que se abrió ante mí un horizonte que desconocía hasta entonces. No sé si realmente entendí de qué se trataba, más bien diría que intuí que ese era un lugar al que me gustaría llegar. Desde entonces muchas veces he vuelto a mirar esta película, y a pesar de que con el pasar del tiempo uno va creciendo y va cambiando, cada vez que la veo vuelvo a tener la sensación de entrar en ese espacio, y llegar a ese país de las nubes rosadas. No es necesario decir, que me estremeció el saber que tendría una entrevista con Felé Martínez, quien interpretó al personaje principal. Era, nada más y nada menos que tener la posibilidad de hablar personalmente con Otto. Bueno, no con Otto, por supuesto, pero con quien logró darle vida, y ser, de esa forma, una suerte de “embajador” del país de las nubes en mi pantalla. Estaba fumando en la salida cuando llegó. Sin aires de estrella ni formalidades, se acercó a fumar también un cigarrillo antes de entrar e intercambiamos un par de palabras. No, no era Otto, era Felé: muy abierto al diálogo, despierto, risueño, tan real y cercano como cualquier otro español de más o menos mi edad. Ya durante la entrevista, le pregunté cuál de los personajes que interpretó tenía más que ver con él. Primero contestó que sería difícil decirlo, dio un par de vueltas, se quedó pensando y al final dijo “probablemente Otto”. No sé si eso llevó su línea de pensamientos a esa película en particular, pero hasta que no cambiamos de tema, sus respuestas volvían una y otra vez a “Los amantes del círculo polar”, a Otto, al estar enamorado. Me contó que recuerda el tiempo que duró la filmación como un período mágico en su vida. Que todo el equipo estaba metido en una atmósfera muy especial y que sus conversaciones, de alguna forma u otra, constantemente derivaban a historias de amor. Mientras hablaba sus ojos fueron trasluciéndose y, de forma casi imperceptible, algo muy sutil, vulnerable, comenzó palpitar a nuestro alrededor. Algo etéreo. No sé si él lo habrá notado, pero les puedo asegurar que por unos instantes se detuvo el tiempo, y una ráfaga helado irrumpió en el estudio: no eran vientos rusos, eran aires polares



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