El gigante de la tormenta en la mirada

Publicado: 30 Apr 2015   |   Última actualización: 07 May 2015
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Una vez oí decir que a la pregunta “¿por qué la amas?” la única respuesta que cuenta es “porque no podría no amarla”. Algunos eligen su profesión porque consideran que tiene futuro en el mercado laboral, otros – porque tienen una que otra cualidad que puede resultar útil al ejercerla, otros – yo soy una de esas personas que siguen creyendo en que el altruismo existe – se preocupan por alguno de los problemas de la humanidad y quieren intentar hacer algo al respecto. Pero también están los que hacen lo que hacen porque nacieron para hacerlo. Está escrito en cada una de sus células y su vida de otra forma no tendría sentido. Y aunque, por lo general, esos casos tienen que ver con las formas más elevadas del pensamiento y la expresión humana – filosofía, pintura, música – por muy paradójico que parezca, su origen, en mi modesta opinión, está más relacionado con la naturaleza que con el hombre. La oportunidad de una entrevista con Emir Kusturica es, por supuesto, un honor para cualquiera y no dudé en aceptarla, pero, sinceramente, no sabía como iba a terminar… es que nos dijeron que era una persona completamente impredecible, incomprensible, fácilmente irritable que podía, incluso, echarnos a todos en medio de la filmación, con cámaras y todo. En un primer momento lo único inusual que noté fue su despreocupación por su apariencia, que no es frecuente para figuras de esa envergadura. O, tal vez sí lo sea, precisamente porque son quienes son pueden permitirse romper los límites de lo que suele considerarse “apropiado” para, de esa forma, demostrarle al mundo que pueden permitírselo. Pero no, no es el caso. No fue un acto de excentricidad, es muy probable que simplemente no le prestó atención: ¿para qué perder el tiempo en tonterías semejantes cuando alrededor hay todo un mundo apasionante de imágenes en movimiento? De risas, de lágrimas, de enamoramientos, de sueños, de derrotas, de mentiras, de pequeñas debilidades y grandes sacrificios: un mundo de verdad, infinito. Es precisamente esa ansiosa inquietud, esa codicia de captarlo todo sin perder ni un detalle lo que le daba ardor a su mirada. Pero esa percepción casi diría infantil estaba, al mismo tiempo, pulida por una fina perspicacia, por una aguda capacidad de ver lo esencial en instantes que otros hubieran dejado pasar inadvertidos. Pero esa es sólo una parte. Lo realmente estremecedor fue oírlo hablar de sus películas. Sus palabras, el tono de su voz, sus movimientos emanaban chispas de la furia que lo empuja a plasmar la inagotable fuente de imágenes que viven en su mente y que le exigen libertad. No podría decir que me haya parecido que criterios sociales como la ética son para él lo suficientemente resistentes como para filtrar la corriente de su creación. Como la vida misma, que no tiene tiempo de detenerse a distinguir el bien del mal, porque necesita fluir. Arte en su forma más genuina. Sentí ante mí, literalmente, la presencia de un genio. No podría explicarlo. Y no tiene sentido, yo soy tan sólo un ser humano.




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