La cobardía del cinismo

Publicado: 09 Jul 2015   |   Última actualización: 09 Jul 2015
Video relacionado:
Cuando el padre de tu entrevistada es una leyenda, de la envergadura de Yuri Gagarin, el primer hombre que viajó al espacio, por más que ella tenga mucho para contar de su propia vida, es inevitable sentir la tentación de hacerle una pregunta en calidad de hija. Sí, estoy de acuerdo, no es lo más ético. De alguna forma estás desmereciendo al invitado, que ya debe estar harto de cargar con fama ajena, pero… ¡Es Gagarin! Ga – ga – rin, ese que puso un antes y un después en la historia de la humanidad. ¡¿Cómo no lo vas a mencionar frente a la oportunidad de hablar con quien lo conoció tan de cerca y lleva su sangre?! Pero no, la secretaria de prensa fue más que clara: - “no quiere comentar absolutamente nada sobre su padre”. Más aún: me contaron que en una entrevista, cuando un periodista osado decidió transgredir esta restricción, ella, sin siquiera contestarle, se levantó y se fue. ¿Cómo puede ser? ¿Acaso no se enorgullece de los logros de su padre? ¿No quiere que el mundo conozca más de él de una fuente confiable? ¿Por qué un “no” tan rotundo? Después de leer el material que se publicó en los últimos años sobre Yuri Alexéyevich Gagarin y su familia, comencé a entender la razón de tan drástica negativa: era su forma de defenderlo. Es que por todos lados hay cazadores en búsqueda voraz de posibles pecados, vicios o delitos ocultos. Lo que sea, algo que satisfaga, aunque sea un poquito, sus ansias de deshonrarlo. Y no porque haya algún enigma en la vida de Yuri Gagarin o algo que reprocharle: su biografía es absolutamente transparente. Fue una persona ejemplar en todo sentido: valiente, honrado, trabajador, modesto, altruista… Creo que eso es precisamente lo que no pueden perdonarle. Me pregunto qué es lo hace que sea tan atractivo manchar a las figuras verdaderamente luminosas. Una ventaja evidente de desprestigiar a los grandes es la autoafirmación. Los héroes nos sirven para medirnos y, cuando la comparación resulta demasiado despareja, uno, lo quiera o no, siente una cosquilla que molesta en la conciencia. Hay dos formas de calmarla. Una es tratar de elevarse a la altura del modelo La otra es intentar devaluar al héroe,. Indiscutiblemente, desvalorar al otro es más práctico: más rápido y mucho más económico. Lo que me preocupa es que eso no es todo. En este caso en particular me da la sensación de que ese apetito por la profanación tiene otra razón: el miedo. Miedo a creer en una figura romántica. Miedo ante la posibilidad de desilusionarse. Cobardía que no permite afrontar el riesgo de desengaño que implica confiar. Ahora bien, dejemos de lado el hecho de que con esa actitud herimos injustamente el honor de una persona inocente. En un mundo en el que “cada uno sobrevive como puede” supongo que ese no es un argumento de peso. Veámoslo desde el punto de vista egoísta: ¿vale la pena privarse de esos ejemplos que enriquecen el espíritu y fortalecen el sentido de dignidad con tal de estar protegidos de la desilusión? Si incluso sólo uno de cien casos de grandeza terminara justificando nuestras esperanzas: ¿acaso no compensa el precio de noventa y nueve equivocaciones? ¿Puede ser que una seguridad muerta sea más valiosa que la vida, con sus golpes? ¿Qué puedo decir? Llámenme imprudente, pero yo prefiero vivir. P.D.: A pesar de las advertencias, Yelena Gagárina aceptó encontrarse con nosotros una vez más para contarnos sobre su padre. Van a tener la oportunidad de ver esa entrevista muy pronto, cuando el 12 de abril celebremos el 50 aniversario de ese histórico vuelo al espacio. Créanme que vale la pena y es una entrevista que abre lugar para muchas reflexiones más…


Comentarios