Hace unos días tuve la gran oportunidad de
conversar con el expresidente de la República del Uruguay, Tabaré Vázquez. Como
periodista uno siempre trata de dejarle lugar a la objetividad pero —es
inevitable— va a las entrevistas ya con cierta predisposición. Ojo, ¿eh? Me ha
pasado de encontrarme con situaciones en las que en el transcurso de la
conversación con el invitado cambié por completo el concepto que tenía antes de
hablar con él. Considero que es fundamental siempre dejarle ese derecho al
invitado, sea quien sea. Ahora bien, en una gran parte de los casos la opinión
final sobre el entrevistado no difiere mucho de lo esperado. No es que yo sea
conservadora o me base en prejuicios ideológicos. Lo que me hace formar una
opinión sobre el entrevistado antes de conocerlo, basicamente, es lo que él
hizo en su vida. En ese sentido sí podría decir que soy prejuiciosa.
Preparándome para las entrevistas, he leído más de un proyecto político
brillante, organizado y justificado, es más, expresado hasta con elegancia.
Pero cuando después te fijas en las cifras… en el porcentaje de desempleo, de
malnutrición infantil, de analfabetismo, de suicidios… Esas cifras son mucho
más ilustrativas que cualquier discurso. Bueno, pues en el caso de Tabaré
Vázquez las cifras hablaban de un político honrado, emprendedor y, en muchos
casos, acertado. Así que era imposible que no fuera a encontrarme con él con
una idea más o menos formada. Pero, a pesar de todo, me sorprendió. Y no porque
me haya desilusionado en mis expectativas. Sino porque era diferente. Mucho de
lo que dijo fue imprevisible, distinto, difícil de encasillar dentro de alguna
concepción concreta. Todo indiscutiblemente interesante. Pero rescato, de entre
todas, una respuesta que particularmente no me esperaba. La pregunta nos había
surgido todavía en la redacción, cuando estábamos estudiando su biografía: ¿por
qué, a pesar de haber terminado su mandato con una popularidad muy alta, cuando
le plantearon la posibilidad de convocar un referéndum para modificar la Constitución
que permitiese su reelección, él se negó a hacerlo? ¿No es normal, después de
haber realizado toda una serie de cambios, querer continuar el camino trazado
hasta solidificarlo? ¿Es que acaso creía que después de sólo cinco años ya no
quedaba nada por hacer? ¿Estaba cansado de gobernar? No, la verdad es que no
podíamos encontrar una respuesta, así que decidimos preguntárselo así
directamente. Me contestó que Uruguay había alcanzado cierto estado de
equilibrio y que plantear un cambio en la Constitución podría provocar una
división en la sociedad y afectar a ese equilibrio. Y, principalmente, que no
le parecía que valiera la pena el riesgo, ya que “lo que importa no es el
político de turno, lo que importa es el proyecto”. Tanta es la confianza que
tiene en el “proyecto”. Y en el equipo que lo esta llevando a cabo. Y es que,
efectivamente, como él decia, su gobierno fue un trabajo de equipo. Hasta tal
punto que llegaron a convertir las reuniones entre el presidente y todos los
miembros de su gabinete semanales. ¡Con todos los obstáculos burocráticos que a
veces hacen casi imposible reunirse con un solo ministro! ¡En este caso
llegaron a reunirse todos y una vez por semana! ¡Eso sí es lo que yo llamo
trabajo en grupo!, no en un consejo que se reúne una vez cada dos años y
después se limita a escribir proyectos. Juntarse, estar al tanto de lo que pasa
en todos los otros sectores, charlarlo, tomar decisiones en conjunto,
revisarlas permanentemente, ajustarlas. En circunstancias así —estoy de
acuerdo— la participación de una figura concreta no es imprescindible. El
proyecto trasciende a la figura. Ya casi al final de la entrevista, Tabaré
Vázquez planteó un tema interesante que tiene mucho que ver con lo dicho
anteriormente. Él considera que el principal problema de América Latina no han
sido las influencias externas de los “imperios de turno”, sino el hecho de que
hasta ahora, Latinoamérica misma nunca había sido capaz de hacer su propio
proyecto político. ¿Será que está ahí el secreto? ¿En tener un proyecto común,
en conjunto? ¿Será que sólo esa unión puede dar la fuerza, la confianza y la
esperanza necesarias para alcanzar un resultado de fondo, capaz de perdurar a
pesar de los errores de los sistemas, las contrariedades de la historia y las
inevitables debilidades del ser humano?