Levántate y florece, Gran País. Que aún nadie te ha dado derecho a morir

Publicado: 04 May 2015   |   Última actualización: 07 May 2015
El día de la Victoria, por la fuerza de su dramatismo, no deja indiferente ni al mayor de los escépticos. La Tragedia, el Orgullo, la Alegría, el Valor y la Gloria alzan su voz a los cielos para manifestarse en su más pura expresión. Así como lo hicieron hace ya 70 años, el día que pudimos ponerle fin a la mayor amenaza que jamás haya visto la humanidad. Pero ¡qué cara nos ha salido la libertad! Nos quedamos descalzos en la nieve cara a cara frente al vacío. Solos en la oscuridad de la desesperación. Con un grito de angustia que ya no sería pronunciado. Destruídos. Sin siquiera la esperanza del consuelo de volver a casa: el hogar hace tiempo había pasado a ser el campo de batalla. Entiendo el esfuerzo de luchar hasta perder el aliento por defender tu tierra y vencer al enemigo, pero cuando cesa la amenaza y lo has dejado todo en la lucha, ¿cómo hacer para volver a empezar? ¿cuál puede ser el estímulo para que, una vez terminada la pesadilla, uno encuentre animo para crearlo todo nuevamente? ¿Qué valor puede tener la remota ilusión de una nueva posibilidad después de haber perdido lo bien amado? ¿Quién es capaz, después de la muerte de un hijo, de verle sentido al nacimiento de quien aún un desconocido? ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Para qué? Supongo que se ha de ser muy valiente y muy romántico. Muy simple y muy sabio al mismo tiempo. Y tenerle un gran amor a la vida misma para poder levantarse a la mañana después de la Guerra y no dejar de maravillarse con el milagro del amanecer. Y es que sí, querido lector, permíteme compartir contigo una gran verdad: los rusos somos un pueblo increíblemente romántico. Supongo que es porque durante el invierno a nuestro alrededor no hay más que blanco silencio, que nos hemos acostumbrado a que las cosas pueden llegar a ser mucho mejor de lo que vemos. Cuando la nieve lo cubre todo, parece imposible imaginarse la existencia de algo más que el vacío. Y sin embargo, creemos, sabemos que no puede ser siempre así, que hay que aguantar, que alguna vez a nuestra vida volverá el color. Y no son sólo falsas ilusiones: cada año la primavera, palpitante, viene a derretir con su ternura las crueles heladas, a darle vida a un sin fin de frescos retoños, y a demostrar, de esa forma, que ese sol que acariciábamos en sueños es un realidad. Por eso, cuando escuches a mi pueblo hablarte de la guerra jamás verás ni un destello de lamento. Lo dimos todo aquella vez y volveríamos a hacerlo: la libertad nunca es demasiado cara. Mientras haya una bocanada de aire que respirar, una gota de sangre en las venas y la esperanza de un rayo de luz en el horizonte siempre tendremos fuerzas para estar dispuestos a renacer.



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